miércoles, 30 de abril de 2008

Ciudad México


Como todos los días la fila de gente va avanzando en circunferencias marcando la hora exacta junto con la sombra del asta en la superficie de la plaza. Así, hasta que el enorme reloj de sol humano hecho de citas, esperas y turistas perdidos marca casi el medio día.

Algunas palomas aletean asustadas por la plaza mientras los niños corren tras de ellas. Algunas otras se acercan curiosas a ver el cuerpo del hombre que se ha dejado caer. - ¡Es el viejo de las fotos!- se escucha.

De pronto el calor se apoderan de mi cuerpo. Mis rodillas golpean el suelo. El cansancio me toma de las manos y me jala hacia abajo dejándome de cara contra el suelo caliente

La gente del reloj mira tan curiosa como las palomas -¡Pobre hombre!- , -¡Esque con este calor!-. Algunos de ellos se acercan. Las palomas se van. -¿Está bien?- nadie contesta es como tratar de mirar a través de una nube...apenas...unos zapatos y..., y esa joven y mi cámara y... -¡Creo que se rompió su cámara!- dice una chica mientras levanta el acordeón negro del suelo y dispara accidentalmente hacia la cara del viejo y su luz que entra en mis ojos para cerrarlos por fin, para dejar que el calor derrita mi cuerpo, que lo funda con el suelo y... los ojos de la joven piden disculpas a los presentes mientras deja la cámara en el suelo y la luz que entra, por última vez a mis ojos. La luz y mis ojos, testigos del que ha de ser su cuadro final: Este cuerpo líquido mezclándose con el polvo. Yéndose con el viento. Diluyéndose en las lágrimas y la sangre de esta ciudad tierra

de esta ciudad aire

ciudad agua

y fuego.

Mi cámara observando ya sin mis ojos ésta última fotografía en la que las manos de esta tierra me abrazan por fin en su hondo y acogedor olvido. Los presentes miran extrañados como se va formando una ligera sonrisa en el rostro del viejo. Algunos lo sacuden un poco con una mezcla de miedo, morbo y cuidado -¿Está muerto?-